domingo, 22 de noviembre de 2009
Todo tiene su final...
Bueno, como por enésima vez, borré mis posts, y dejé completamente solitario mi blog y en estos días me metí y pensé...joder! y todo lo que tuve que sufrir para "pimpearlo" y ahora que? pimpeado y vacío? no es justo, no quiero que mi blog sea una niña de liceo jajajaja (soy una porquería, lo sé u__u)en fin......resulta que he decidido hacer como primer post (enesimo primer post, si hago cuentas xD), una historia que...sinceramente? en la vida pensé que iba a escribir con el estilo con el que la escrbí...pero también siendo honesta, confieso que me ....¿¿¿gustó??? y espero que al menos si no la aman, la puedan disfrutar.
No quiero que nadie llore si yo me muero mañana señores no traigan flores para mí no quiero nada. Y así iba, venía y se quedaba el maldito estribillo en mi mente pero ya no lo soportaba más. “apagá esa mierda, carajo, no es ni medio día” le pedí y ella apareció, con copa en mano, como se le había vuelto hábito – que yo detestaba- y con la voz gangosa y hedionda a licor y cigarrillo me gritó que era viernes y que estaba de lo más contenta. “¿y siempre que es viernes tenés que volverte la beoda bullosa de la cuadra?” Me terminé de anudar la corbata y mirando su reflejo desde el espejo me pregunté mentalmente, exigiéndome una sinceridad que me debía a mí mismo “¿y vos que haces con semejante vieja al lado tuyo?” y no supe la respuesta porque la verdad es que todo el asunto del cuento de hadas citadino era algo que ya ni me convencía, ni me quitaba, ni me agregaba nada nuevo en la vida, así que tenerla o tenerla a mi lado, prácticamente para mí significaba lo mismo. Y no sé si fue algo en mis gestos mientras miraba o si se me habrá escapado algo sin yo darme cuenta, pero ella tiró con fuerza la copa de vidrio contra el piso y totalmente fuera de sí me preguntó repetidamente “pues que hacés conmigo si te fastidio tanto” y yo, ¿qué le iba a decir? ¿Que estaba con ella por costumbre? ¿Qué era la única que no me había pegado ninguna pendejada rara? Yo no sabía que decirle, pero ella insistía “¿Qué hacés conmigo, Fernando, qué?” Eh... lagrimas dulces, la noche sin besos queda de mi soledad y por contestar, solo porque sentí la necesidad de acallar su voz tan aguda, tan chillona y fastidiosa, la primera estupidez que pensé, esa le dije. “porque las prepagos me salen más costosas que vos, ¡por eso!” y ella dejó todo corriendo, incluso, esquirlas del cristal, que yo, antes de salir a correr para hacer el numerito del novio arrepentido, tuve que recoger en mi traje. Traje que, ¡pero por supuesto!, terminé manchando con gotitas de sangre porque soy un inválido cuando se trata de cualquier menester del hogar. “Alicia dejá la bobada, hombre, vos sabes que es joda” pero, ¿acaso lo era? Durante 2 meses completos había desarrollado una lista de razones para terminarle e incluso, todos los días y ese mismo, para no ir más lejos, la guardaba en el bolsillo secreto de mi smoking, por si en el camino venían más cosas a mi mente para iluminarme y ayudarme a terminar este sinsentido que además de muchos otros “sin” que tenía, siempre me mandaba a la cama con el temible sinsabor. Y sin embargo, incluso con lista en el bolsillo, quise salir corriendo a decirle que se quedara, que ningún comentario de ese tipo, volvería a salir de mi boca. Sí, soy un maldito, tenía las palabras armadas aunque ninguna fuera cierta. Claro que no le iba a volver a insinuar que era una puta barata, una drogadicta miserable que no se podía costear ni una mísera pepa y que por eso mantenía con efluvio a la siempre santa y sana marihuana, pero cada día mientras trabajaba y cada noche mientras tenía que llegar y soportar sus charlas superficiales, la miraría y lo pensaría. Qué modo tan horrible de vivir, pero y ¿alguien me creería si le digo que no se dé nada mejor? No, nadie me creería y de cualquier forma, así me creyeran, seguiría siendo el novio despiadado que está con la vieja por mera costumbre. Entonces no me molesto, me salto esa parte con las explicaciones que nadie entiende y solo lo admito: soy un asco. Ya en la cocina, con una bolsa para los vidrios, recuerdo que había olvidado que mi langaruta anda borracha y escapada por el barrio y que tengo que ser un príncipe (aunque me sienta un bufón) y tengo que rescatarla, aunque el peligro es crónico porque su único peligro es ella misma y esta relación tan forzada.
Suelto la bolsa en el lava platos, con la mitad de los trozos de vidrio fuera del plástico y me echo a correr a la puerta. Virivirivó virivirivó bongó. “¡vida verraca!” exclamó airado porque la maldita canción sonó otra vez. Voy hasta el equipo, lo apago sin segundos pensamientos y entonces, de nuevo, totalmente lelo frente al artefacto, algo dentro de mí me pregunta si salir a buscarla es algo que realmente quiero. “¡no, no! ella escucha a Héctor Lavoe los viernes en la mañana” y puede que suene snob, absurdo e irrelevante, pero siempre he dicho que cositas sin sentido como esas, son las que a la larga, hacen que uno deje de respetar a su pareja y se pase de visualizar una princesa de ensueño, a ver a una marmota ignorante y sin nociones de nada bueno, puro o agradable. “si la dejás de ir, no la vas a añorar, ¿cuál es tu joda?” pues y yo qué diablos sé cuál era mi joda, simplemente la tenía, tenía la urticaria psicológica, el ardorcito ese que me decía que tenía que ir si o si y aunque mi vida se trataba de guardarme mis impulsos, de apegarme a los planes originales (ay por favor, es decir, trabajo en una oficina de una empresa de la que no sé ni qué demonios hacen) no me podía permitir dejar ir a mi borrachita así como así, algo había en mí que me dictaba “corré, lelo, corré que se te va” y así lo hice. El teléfono sonó pero me contuve y lo ignoré, cerrando la puerta detrás de mí. Mientras corría escaleras abajo- desde un cuarto piso- vi desde el balcón del tercer piso que ella caminaba despacito por la calle del frente, mirando a veces hacia el apartamento y hasta sonreí, todo eso mientras corría. Incluso, en el son-son de mis zapatos de charol, besándose con el suelo de tablilla, alcancé a tener una que otra memoria de esas veces en que me hacía reír hasta llorar o botar el jugo por la nariz en frente de mi mamá y una manada de mariposas, que cuando la veía con fastidio parecían orugas, extendieron su luego dentro de mí y sonreí de nuevo, como no sonreía hacía bastante tiempo. Y bajé, yo, sin ascensores, bajé cuatro pisos y cuando salía de la portería la vi sentada en la parada del autobús sonriendo ebria y victoriosa como diciendo “yo sabía” y yo le sonreí totalmente derrotado ante cierto resplandor que tenía su rostro. Crucé la calle sin mirar ni pensar mucho y hasta me hijuputiaron por descuidado, pero cuando la vi allí sentada supe que era mi redención, ese momento de película gringa donde el protagonista se tira severo discurso con el sentimiento de esperanza agotado, como sacando su bandera blanca después de haberla cagado, como gritándole a la protagonista- ciertamente más sobria, digna y linda que mi princesita- : “me rindo”. Y yo sentí mi boca abrirse, y sé que lo hice porque Alicia se puso de pie y me miró expectante, pero lo que salió, lo juro, en nada se parecía a ese dichoso discursito. “Ali, vos sos un amor, ¿pero sabés qué pasa? Que no te quiero ni cincos. Odio esa música que oís, ese cacorro sonsonete setentero que me hincha las pelotas. Odio tener que salir a trabajar el viernes para llegar en la noche a lidiarte el guayabo y me preocupa honestamente que de 20 botellas de vodka que tenía, solo queden 5 y yo solo me haya bebido una. Necesitás ayuda, pero a lo bien, me da pereza pensar en ayudarte. Además, por mucho que el cuento de hadas citadino para mí no sea algo cercano, algo me dicta que podría suceder, y amarrado a vos solo me imagino el suicidio.” Sus ojos estaban totalmente cristalizados en agua, pero supe que no quería quedarme allí. Le planté un piquito forzado en la mejilla y volví sobre mis pasos a mi apartamento. Una vez allí, sentí una molestia en el bolsillo y saqué de allí, una cajita transparente con un disco compacto que tenía mi letra en él pero no lo recordaba. Fui hasta mi habitación, y en el DVD lo puse a reproducir y mientras escuchaba su contenido, una sensación de alivio me invadió. “así que esa era la piquiña” pensé. Tomé el teléfono en mis manos, me reporté enfermo al trabajo y cuando colgué un pensamiento de histérica comicidad vino a mí: “eres un estúpido, ¿los recuerdos? Ninguno era con ella y lo sabes” y yo asentí porque sabía que era cierto. La primera canción terminó de sonar y de inmediato una segunda inició, y en ese momento recordé por qué el disco tenía mi caligrafía plasmada. Me uní a la voz del cantante, y al unísono, algo increíble surgió dentro de mí: un irremediable sentimiento de sublime libertad.
Ah, yo que pensaba que Héctor Lavoe era mi yugo, mi tortura, la razón del dolor que Alicia me causaba, finalmente me había iluminado, me había dado la razón:
“todo tiene su final, nada dura para siempre, tenemos que recordar que no existe eternidad”
Esa tarde bebí. Bebí hasta olvidarme de mí. Vomité hasta quedar vacío en mis adentros y el medio de las lagunas pude descansar al recordar que al dejarla ir y estar solo, finalmente era libre de amar en mi silencio a quien siempre me había correspondido amar, aunque su amor mismo no me era correspondido.
la noche sin besos queda de mi soledad.
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1 comentario:
Hola mi amor, soy yo Angie xD me da pereza loggearme así q te escribo siendo anónima xDD
pues que te digo mi vida, me encantó la vaina esta como siempre me gustan tus escritos. :D
Me pareció re tremenda la manera como el man se expresa o mejor dicho, la forma en q utilizas la primera persona tan bien :D
a veces eso en mí no surge naturalmente y quisiera aprender a escribir así :/
en fin mi amor :D
me encantó y lo sabes ;)
te amoreooooooooo ♥♥♥
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